viernes, 14 de enero de 2022

Carlos Rafael Giordano sobre la generación del 40 y Etchebehere

Carlos Rafael Giordano fue uno de los críticos acerbos de la llamada generación poética argentina del '40. En su texto Temas y direcciones fundamentales de la promoción del 40 (1963) ya le niega estatus de generación. La colección "Capítulo" -de las más extensas jamás realizadas- sobre historia de la literatura argentina, publicada por aquellos años, compendia sus ideas al respecto. Del "abandono de lo real", del "abstracto rescate del ser nacional", de la ahistoricidad de que acusa a la "promoción", Guillermo Etchebehere es uno de los tres poetas que se salva. Ubicándolo en una posible corriente "social y libertaria" de la que el resto estaría ausente. A pesar de que a la fecha del texto (1968) no conociera su último poemario La lumbre permanente publicado doce años antes. Texto completo:




Foto de Etchebehere dos páginas más abajo.

Descargar el fascículo N° 50 completo de la colección realizada por el Centro Editor de América Latina:


martes, 11 de enero de 2022

José González Carbalho sobre Etchebehere


 

José González Carbalho para Noticias Gráficas el 12/4/1950. Recorre su obra a partir del primer libro hasta llegar a La semilla del viento, el último aparecido al momento. El soneto publicado corresponde al poemario Jornada del hombre. Recorte del archivo del maestro Luis Iglesias.

SELECCIÓN DEL ARTÍCULO

“Honda, llana y honrada, la voz de este poeta arraiga en el lector por su ineludible y pura corriente humana, que habla con el lenguaje de las cosas y de los elementos, tal un pulso cálido en cuyo mínimo martilleo descubrimos la presencia del mundo. Decir que canta en lenguaje simple y cotidiano sería exacto en cuanto a la seducción directa de su lírica, pero infiel a su profundidad, a su proyección, a la medida imponente de su sencillez, que ha dado ya frutos de indudable categoría y que sugestiona en su solidez de promesa, como un terrón fértil de generoso porvenir. Su ascendencia cantábrica, su infancia campesina, juegan sin duda un papel importante en el desenvolvimiento de su poesía, en la que inscribe con letras solares la palabra claridad y se recibe de ella un soplo primario de noble y ruda existencia. Antes que en los libros, ha recogido la enseñanza del árbol, arraigado a la tierra e irguiéndose hacia la altura”.

“La lectura cronológica de sus libros depara la sorpresa de su soneto “Estética”, con que se abre JORNADA DEL HOMBRE. El tiempo transcurrido entre el volumen inicial y este cuadernillo, es enorme, si lo consideramos por la seguridad y la robustez de tono adquiridos. El poeta alcanza una conciencia clara de su destino, que transciende hacia su tercer libro, acelerando su plenitud. Ninguna artificiosidad literaria cabe en su posición y su arte sería el de simplificar las cosas y esclarecer la estrofa con el recuerdo bíblico que ninguna época desmiente. El hombre es siempre el mismo en relación con las estrellas. La continuidad, a través de los siglos, se advierte en los poemas de Etchebehere, que es, por otra parte, criatura de su tiempo en la búsqueda de la sobriedad, en el contacto con sus problemas. En su interior, el agua virgen sigue manando y diciendo su ecuménica palabra de supervivencia del espíritu, dictando los pensamientos que entroncan el hombre al transcurso de la naturaleza. Si Etchebehere vistiera su poesía de otro ropaje que fuera el de la dicción natural, ese vivo fluir quedaría desvirtuado y no llegaría a expresiones tan cabales en su emoción y justeza, como en el poema ‘Cosecha’, en que refiriéndose a los labradores, anota: En las limpias pupilas de los hombres del campo / la esperanza tenía el color de los panes”.

“La línea espiritual se halla definida y correspondía acrecentarla, como sucede con nuestro autor, tan íntimamente encadenado a la autenticidad de su lirismo,que logra salvarse del vértigo verbalista que enturbia otras jóvenes personalidades poéticas igualmente dotadas. Acaso, alguien le haya tildado de anacrónica su posición, sin advertir que, entre los poetas al margen de las veleidades del tiempo, es precisamente éste uno de los que no sufren el atractivo de circunstanciales corrientes y se seguirá leyendo con emoción idéntica a través de todas las transformaciones puramente literarias. Pues Etchebehere bebe, en la substancia de sus sentimientos, la razón exclusiva de su canto. Y lo demás se encuentra de asimilar los elementos valederos y devolverlos de vocablos que, por medio de la elevación, nunca desmienten lo esencial de esa savia. Si de obra todavía breve, tenemos en ella poemas –con frecuencia sonetos, sino enteramente canónicos, grávidos de materiales candentes- lo suficientemente logrados como para afirmar lo antedicho. (…) Se caracteriza, dentro de su edad formativa, por su visible compromiso con lo humano, que convierte en dirección de su credo lírico. Sin ello su voz de poeta perdería la raíz por medio de la cual se nutre. Y su vuelo se empeña en no distanciarse demasiado de la espiga y del labrador que contribuye a su presencia mágica en el aire, como las alas del pájaro que en el espacio los sembrados forman la aureola del esfuerzo y la obstinada paciencia creadora”.

José González Carbalho (1899-1958): Poeta nacido en Buenos Aires, hijo de emigrantes gallegos. Profesor y periodista. Publicó en poesía: “Campanas en la tarde” (1922), "Cantados" (1933, Premio Municipal), "El ángel harapiento" (1937), entre otros; en prosa “El libro de Angel Luis” (cuentos, 1926), “Vida, obra y muerte de Federico García Lorca” (1938) y otros; teatro: “Arrabal de Carriego", "Cornamusa”; ensayo: “Idioma y poesía gallega” (1953). Amigo personal de Federico García Lorca y Pablo Neruda, y otros tantos poetas de su generación. El chileno le dedicó un poema en su fundamental obra “Canto general” (1950).

Artículo de María González Rouco sobre Carbalho.


Barrio Guillermo Etchebehere


El 7 de octubre del año 2000 se impuso a un barrio de Cañuelas el nombre de su poeta, Guillermo Etchebehere. La iniciativa surgió de los creadores del Rancho Cultural Los Uncalitos, Susana Frasseren y Pablo Garavaglia. "Nosotros gestionamos ante el Honorable Concejo Deliberante la imposición del nombre a un tramo de la calle 25 de Mayo, donde está cortada, y los concejales decidieron poner el nombre al barrio. Nos gustó mucho la idea, superó con creces nuestro pedido" contaba Susana hace más de diez años.

El barrio Etchebehere está comprendido entre las calles Del Carmen hasta la prolongación de Mozotegui y desde Roca hasta la prolongación de Brasil, frente al barrio Los Aromos, y es lugar del mencionado Rancho Cultural Los Uncalitos, en la actualidad cerrado al público. El acto de imposición el 7 de octubre de 2000 coincidió con la apertura de la muestra del Certamen de Poema Ilustrado "Guillermo Etchebehere", del que resultó ganadora la artista plástica Mariela Salé con la interpretación del poema del autor, "Sed".

El 9 de octubre del año 2000, dos días después de que pusiera nombre al barrio, Frasseren y Garavaglia presentaron un Proyecto de Ordenanza para la publicación de las obras de Etchebehere, proyecto aprobado aunque nunca llevado a cabo.


lunes, 10 de enero de 2022

"La Lumbre Permanente" (selección y opinión)

La lumbre permanente (1956).
Por Ediciones La Llanura.
Dibujo interior de Juan Carlos Castagnino.
Viñeta de tapa por Nina Haeberle.




SELECCIÓN DE POEMAS:


Génesis

En el principio fueron cielo y tierra
Tierra instituida en el agraz del tiempo
y cielo en plenitud, apacentando
sus cautelosos témpanos de fuego.
En esa soledad desconsolada,
en esa geografía de silencio,
sólo un altar de luz y las salvajes
ceremonias del viento.

Era la pampa un frenesí de hierba
con los brazos tendidos al misterio.

…Y en lento desarrollo le crecieron
dientes de alarma, garras de zozobra,
hombres con pumas dentro de la sangre
y estrépito de piedras en la boca;
pastores y alfareros de desgracia
paridos por la cólera
en un violento socavón de furia
y gredas tumultuosas.

Los ciclos vegetales injuriados
por el tropel caliente de las hordas.

Después, la tempestad conquistadora
con todos sus relámpagos erguidos
fundó en hirsuta identidad de sangres
el bosque de otros hijos.
Leopardos de arrogancia defendiendo
la libertad a punta de cuchillo
y arrodillando el alma en las vidalas
o en la primicia inmemorial del trino.

(También el ñandubay guarda en su rango
un tembloroso origen de rocío)

Pienso aquel tiempo, pienso aquel destino
y escucho sus guitarras en ausencia,
un desenfreno de caballos ciegos,
el pulso en llamas de las montoneras
y más acá, más cerca de mis huesos,
a orillas del despojo y la pobreza,
el ruido enmarañado de las uñas
ofendiendo a la tierra.

Siempre me está golpeando el pensamiento
este dolor del campo en que naciera.

Tierra de luz: mi corazón te lleva.
Mi sangre te pronuncia cuando canta
las frondas de tus árboles queridos,
la concisión celeste de tus alas,
el río de incesantes nacimuertes
que cruza tus entrañas
y el mar, que humedeció tu pelo verde
con sus tres letras de agua.

El mar, que trajo a tu pasión de leguas
las gentes del sudor y la labranza.

Gentes con nombres llenos de montañas
y mínimos sucesos.
Tañidos de remotos campanarios.
Retoños de otros árboles eternos.
Se llamaban Schneider, Undurraga,
Kovalewsky, Bracsmájer, Montevechio,
y de vivir contigo ya se llaman
un poco Cruz del sur y Martín Fierro.

Cantándolos me canto las raíces
porque también mi nombre es uno de ellos.

Nombres hermosos porque son del pueblo.
Padres del pan, hermanos del arado.
Con ellos puedo designar la lluvia,
la perfección del unánime árbol,
puedo nombrar el orden venturoso
de la preñez, los cráteres de espanto
del mundo que se apaga en una estrella
y la pequeña muerte de los pájaros.

Puedo nombrar la infinitud del aire.
Puedo nombrar todo el amor y todo el llanto.

Aquí tenéis su corazón: miradlo.
Mirad los sustantivos que lo habitan.
Allí la fe ultrajada, sosteniendo
la enhiesta magnitud de las espigas.
Acá el adolescente y la muchacha
besando al hijo que tendrán un día.
Allá el todo-recuerdo del abuelo
con vísperas de polvo en la sonrisa.

Son los cansados de sudar, que vienen
del viento de la Biblia.

Aquella pampa arisca,
aquella antigua soledad inmensa,
ya tiene la memoria florecida
de sueños simples y palabras buenas.
Ya para siempre guardará en su cuerpo
las manos casi tronco y casi tierra
que alguna vez cayeron a la muerte
en lujuriosa vocación de siembra.

Que estos tributos del amor custodien
sus vástagos en cierne.
Así sea.

 

Este olor a recién hecho

Vengo desde no sé cuándo
y voy hacia no sé dónde;
pero en mis huesos responde
la tierra que estoy cantando.
Si cantar es irse dando
como una mano tendida
venid a golpear mi vida,
que sepa mi corazón
si mi canción es canción
si sangra cuando es herida.

Antes de nacer fui viento,
constelación, infinito.
Fui la guarida del grito
que grita en el pensamiento.
Estas manos y este aliento
son el cálido temblor
del ímpetu sembrador
que erige la sementera
y de rodillas espera
la caridad de la flor.

Los campos me han señalado
con enérgicas señales.
Muchedumbres vegetales
de verdor desmesurado
agredieron mi costado
con su inmenso poderío
y palomos de rocío
sosegaron el dolor
consubstanciando el amor
de su canto con el mío.

Amo el bramido del toro
crucificado en su nombre.
Amo la casa del hombre
con su sonrisa y su lloro.
Este acontecer sonoro
de las presencias que quiero
es todocompañero
que en tránsito inacabable
deja la arcilla favorable
en mis manos de alfarero.

Bienhaya el fauno vehemente
que hincha las venas del río.
Bienhaya el escalofrío
de su puñal transparente.
Yo quiero para mi frente
la altura de su destino,
que camina su camino
y que cantando no advierte
que va cayendo a la muerte
su corazón matutino.

Resonarán en mi pecho
las órdenes de la bruma
y como un golpe de espuma
caerá mi nombre deshecho.
Este olor a recién hecho
que me sustancia el cantar
quizá se quede a velar
mis pulsos en cautiverio.
Quizá se vaya al misterio
de la botella en el mar.

 

La maltratada espera de mi gente

Huele a raíz el gozo que sustenta
las ubres del ganado. Corrobora
su obstinación de pájaros la aurora.
Forja el maizal su prédica opulenta.

La brisa en las acacias se impacienta,
en el azahar del huerto se demora
y con plumón de cardo condecora
la arcilla fantasmal de una osamenta.

Mientras el campo entero se levanta
y ríe y llora y nace y muere y canta
de pie en su propia plenitud serena,

la maltratada espera de mi gente
seca el cansancio antiguo de su frente
parada en medio de la tierra ajena.

 

Un pedazo de tierra

A Cañuelas, que es como decir: a mis raíces.

Cuando empecé a vivir nadie me dijo
que yo era en ti continuidad de un bosque;
que era en tus viejos troncos en sosiego
el entusiasmo de la rama joven.

Fue necesario el transcurrir de todo
para escuchar tus subterráneas voces.
Fue necesario el tiempo (¡siempre el tiempo!)
para encontrar tus ángeles insomnes.

Ahora que me trepas la memoria
como una enredadera de tambores
vengo a empujar la puerta con que guardas
tu delicada intensidad inmóvil.

Todo el color que asciende a mis palabras
confirma el historial de tus colores.
Todas las formas que andan por mi vida
son formas del amor que tú conoces.

¿Cómo olvidar la pequeñez inmensa
que en el recinto de tu paz se acoge
si yo soy yo porque tu tierra existe,
si porque tú eres tengo yo este nombre?

¿Cómo olvidar tus árboles reunidos
en la liturgia alegre de los montes
si todavía mi niñez les hurga
su corazón, cuajado de pichones?

En tus tranquilos ámbitos poblados
por el astral sahumerio de la noche
la claridad de la primer muchacha
me dio esta luz que llevo desde entonces.

En ti nació mi mar. De ti vinieron
las uvas en sazón de las canciones.
Los arduos ventanales del misterio
se abrieron, sostenidos en tus goznes.

Iluminado por tu hermosa gente,
ungido con tus óleos de horizonte,
pude palpar los vínculos umbríos
que juntan la llegada y los adioses.

Contigo supe la extensión que tiene
la eternidad. Oyendo tus rumores
supe que en un cítara de hierba
cabe el murmullo universal del hombre.

Por tus vehementes ríos enterrados
bajo el verdor feliz que te recorre
llevas el fuego ajado de mis muertos
hacia el sensual principio de las flores.

Aunque congregues todos mis recuerdos,
aunque por ti mis árboles retoñen,
aunque te sienta el cántaro que abreva
la sed de estos intensos resplandores,

no he de pedirle a nadie que te alcance
mis desolados pulsos en desorden
cuando el voraz festejo de la muerte
llene mi voz de pámpanos atroces.

Estaré en ti aunque no esté contigo.
Desde cualquier lugar vendré a tu nombre.
Espérame. Presiénteme en la brisa
o en el temblor de tus constelaciones.

 

OPINIÓN:

La poesía de Guillermo Etchebehere (Bernardo Verbitsky)

En la última parte de “La lumbre permanente” el poeta vuelve a su infancia y con memoria creadora no sólo trae recuerdos sino que inscribe la atmósfera de aquellos años, en la evocación de hoy. El paisaje de su entorno, los juguetes, el perfil de la madre. “La casa que se deja”aún sigue llena de ecos antiguos y hasta el viento, "El viento que algún día le castigó las puertas/ descansa en el radioso velamen del recuerdo”. 

Este es el punto de partida que llamaríamos lógico de todo esta poesía vital de Guillermo Etchebehere. Sus primeras imágenes son las de un mundo vegetal y esto explica mejor esa naturalidad con que se mueve en el ámbito de la Naturaleza.

Este es el ruido que la flor desgrana.
Ese el murmullo de la sementera.
El eco de aquel eco, la primera
lluvia mojando mi niñez lejana.

Etchebehere rescata de ese modo ecos casi inaudibles. Su sensibilidad para la belleza viva que alienta a su alrededor es fina y alerta. Y no se queda desde luego en la pintura del paisaje, ya que en todo momento –y esto es lo que caracteriza a este libro- se advierte a un hombre en el centro de todas las cosas. Un hombre, un poeta, atento a su propio vivir y al de los demás, capaz de comprender el milagro de toda existencia, estableciendo de este modo, sin proponérselo, esos nexos, que hacen del mundo sensible un todo armonioso.

Además, la Naturaleza en este poeta no es extensión ilimitada, es también la limitación ordenada de lo rural. En sus poemas hay el rumor callado de la espiga que agita el viento pero hay también la sonoridad viril del trabajo del agricultor.

En este libro hay muchos sonetos. Etchebehere tiene evidente aptitud para esta forma clásica y la trabaja con amor y probablemente con facilidad. El soneto clásico en su marmóreo volumen puede resultar pesado pero por lo común Etchebehere lo aliviana con la sustancia que elabora. Cierta reciedumbre verbal se compensa en la exacta belleza de tantas imágenes.

Que huésped ya del polen en la brisa
mi corazón, diseminado y frío,
Cante en la muerte con su propio canto.

En el común imaginar de la propia muerte, el poeta ha logrado un simil personal. Se advierte que Etchebehere no es de los que entregan al lector sus impresiones informes, para que se arregle con ellas como pueda. (Este lujo, justificado en un Neruda pues en su caso vale la pena desentrañar ese entrecruzamiento de flores y raíces, no debieran permitírselo ciertos aprendices). Y es que Etchebehere no hace charadas. Es un poeta que canta, y que ama el canto y acto mismo de cantar. Usa metros populares sin desdeñar la décima:

Si en las albricias del vino
resuena el lagar, si queda
recuperada en la rueda
la infinitud del camino,
si el humo siembra el destino
de la fogata en el viento,
renacerá el fundamento
de este temblor descuajado
y en todo lo que he cantado
tendré pedazos de aliento.

Citamos un poco al azar. En el ritmo fácil se armoniza casi constantemente una gran riqueza expresiva. Etchebehere tiene mucho para decir y sabe decirlo bien. Esto es lo que distingue y define su poética, llena de vida, como puede verse desde el poema que inicia su libro, titulado “Génesis”, generoso en la inspiración y en la forma que encauza su lirismo.

Noticias Gráficas (sin fecha), por Bernardo Verbitsky (Buenos Aires, 1907-1979). Escritor y periodista argentino. Autor de más de veinte libros, entre novelas, ensayos, poesías y cuentos. Es padre del periodista Horacio Verbitsky. (Recordar el comentario mayormente negativo que el mismo Verbitsky hizo al primer poemario de Etchebehere “Pulso de la tierra”.)


LA LUMBRE PERMANENTE (Jorge Calvetti, Revista Tarja)

Después de leer un libro pleno de excelencias como "La lumbre permanente" de Guillermo Etchebehere no puedo menos que escribir una breves palabras de salutación para expresar a este poeta del Sur, nuestras jubilosas albricias.

Podría decir que es el esplendor formal, o la frecuencia con que aciertos parciales o totales se suceden, o la emocionante certeza de leer por momentos verdadera poesía, lo que más me impresionó del volumen. Podría decirlo si no estuviera seguro de que hay, además, un mérito muy alto que ha engendrado todo -o casi todo- en la obra de Etchebehere. Es su actitud humana, su solidaria actitud de artista, su generosa y pura presencia de hombre que se siente hermano de todos los hombres.

Muchos libros de los poetas de hoy adolecen de "literatura". Muchos poemas merecerían ser firmados por fantasmas, tan lejos de la vida están. Cómo no expresar entonces, alegría después de leer la obra de un poeta como Etchebehere que siente su alma fraterna, cariñosa para todos?

Desgraciadamente no es posible citar sino fragmentos:

Vengo desde no sé cuándo
y voy hacia no sé dónde
pero en mis huesos responde
la tierra que estoy cantando...

Suele ocurrir, a veces, a los poetas que, la intención con que escriben, o sus pasiones extraliterarias diríamos, incidan en forma excesiva sobre su obra. En tales casos, el poeta sufre esa evidente preponderancia de "ideas" y se resiente. Elogia entonces, el lector, la actitud, pero no -por supuesto- el valor poético de la composición.

No es, afortunadamente, éste el caso de la "La lumbre permanente", libro de auténtica poesía que nos lleva a citar el nombre de Etchebehere como el de uno de nuestros más reales y trascendentes valores.

Revista Tarja, Año I, Nov-Dic de 1956. Tarja fue una revista cultural argentina, editada en San Salvador de Jujuy entre 1955 y 1960. Creada y dirigida por el artista plástico Medardo Pantoja y los escritores Mario Busignani, Jorge Calvetti, Andrés Fidalgo y Néstor Groppa. Jorge Calvetti (Maimará, 1916- Buenos Aires, 2002), autor de la reseña, fue periodista, poeta y asesor en temas culturales. Se desempeñó como redactor en los diarios La Prensa y La Nación. Realizó colaboraciones para las revistas Sur, Leoplan y El Hogar, entre otras publicaciones. Fue asesor de la Comisión de Lingüística y Literatura del CONICET. En 1983 pasó a formar parte de la Academia Argentina de Letras, de la que fue Vicepresidente durante 9 años. Entre sus libros se encuentran: “Fundación en el cielo”, “Memoria terrestre”, “Solo de muerte” y “Poemas conjeturales”, entre otros. Recibió numerosos premios, entre los que se destacan el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía, Premio Internacional EUDEBA (1970), el Gran Premio otorgado por la Sociedad Argentina de Escritores (SADE-1993) y el Premio de la Crítica en la Feria del Libro (1994).