martes, 11 de enero de 2022

José González Carbalho sobre Etchebehere


 

José González Carbalho para Noticias Gráficas el 12/4/1950. Recorre su obra a partir del primer libro hasta llegar a La semilla del viento, el último aparecido al momento. El soneto publicado corresponde al poemario Jornada del hombre. Recorte del archivo del maestro Luis Iglesias.

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“Honda, llana y honrada, la voz de este poeta arraiga en el lector por su ineludible y pura corriente humana, que habla con el lenguaje de las cosas y de los elementos, tal un pulso cálido en cuyo mínimo martilleo descubrimos la presencia del mundo. Decir que canta en lenguaje simple y cotidiano sería exacto en cuanto a la seducción directa de su lírica, pero infiel a su profundidad, a su proyección, a la medida imponente de su sencillez, que ha dado ya frutos de indudable categoría y que sugestiona en su solidez de promesa, como un terrón fértil de generoso porvenir. Su ascendencia cantábrica, su infancia campesina, juegan sin duda un papel importante en el desenvolvimiento de su poesía, en la que inscribe con letras solares la palabra claridad y se recibe de ella un soplo primario de noble y ruda existencia. Antes que en los libros, ha recogido la enseñanza del árbol, arraigado a la tierra e irguiéndose hacia la altura”.

“La lectura cronológica de sus libros depara la sorpresa de su soneto “Estética”, con que se abre JORNADA DEL HOMBRE. El tiempo transcurrido entre el volumen inicial y este cuadernillo, es enorme, si lo consideramos por la seguridad y la robustez de tono adquiridos. El poeta alcanza una conciencia clara de su destino, que transciende hacia su tercer libro, acelerando su plenitud. Ninguna artificiosidad literaria cabe en su posición y su arte sería el de simplificar las cosas y esclarecer la estrofa con el recuerdo bíblico que ninguna época desmiente. El hombre es siempre el mismo en relación con las estrellas. La continuidad, a través de los siglos, se advierte en los poemas de Etchebehere, que es, por otra parte, criatura de su tiempo en la búsqueda de la sobriedad, en el contacto con sus problemas. En su interior, el agua virgen sigue manando y diciendo su ecuménica palabra de supervivencia del espíritu, dictando los pensamientos que entroncan el hombre al transcurso de la naturaleza. Si Etchebehere vistiera su poesía de otro ropaje que fuera el de la dicción natural, ese vivo fluir quedaría desvirtuado y no llegaría a expresiones tan cabales en su emoción y justeza, como en el poema ‘Cosecha’, en que refiriéndose a los labradores, anota: En las limpias pupilas de los hombres del campo / la esperanza tenía el color de los panes”.

“La línea espiritual se halla definida y correspondía acrecentarla, como sucede con nuestro autor, tan íntimamente encadenado a la autenticidad de su lirismo,que logra salvarse del vértigo verbalista que enturbia otras jóvenes personalidades poéticas igualmente dotadas. Acaso, alguien le haya tildado de anacrónica su posición, sin advertir que, entre los poetas al margen de las veleidades del tiempo, es precisamente éste uno de los que no sufren el atractivo de circunstanciales corrientes y se seguirá leyendo con emoción idéntica a través de todas las transformaciones puramente literarias. Pues Etchebehere bebe, en la substancia de sus sentimientos, la razón exclusiva de su canto. Y lo demás se encuentra de asimilar los elementos valederos y devolverlos de vocablos que, por medio de la elevación, nunca desmienten lo esencial de esa savia. Si de obra todavía breve, tenemos en ella poemas –con frecuencia sonetos, sino enteramente canónicos, grávidos de materiales candentes- lo suficientemente logrados como para afirmar lo antedicho. (…) Se caracteriza, dentro de su edad formativa, por su visible compromiso con lo humano, que convierte en dirección de su credo lírico. Sin ello su voz de poeta perdería la raíz por medio de la cual se nutre. Y su vuelo se empeña en no distanciarse demasiado de la espiga y del labrador que contribuye a su presencia mágica en el aire, como las alas del pájaro que en el espacio los sembrados forman la aureola del esfuerzo y la obstinada paciencia creadora”.

José González Carbalho (1899-1958): Poeta nacido en Buenos Aires, hijo de emigrantes gallegos. Profesor y periodista. Publicó en poesía: “Campanas en la tarde” (1922), "Cantados" (1933, Premio Municipal), "El ángel harapiento" (1937), entre otros; en prosa “El libro de Angel Luis” (cuentos, 1926), “Vida, obra y muerte de Federico García Lorca” (1938) y otros; teatro: “Arrabal de Carriego", "Cornamusa”; ensayo: “Idioma y poesía gallega” (1953). Amigo personal de Federico García Lorca y Pablo Neruda, y otros tantos poetas de su generación. El chileno le dedicó un poema en su fundamental obra “Canto general” (1950).

Artículo de María González Rouco sobre Carbalho.


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