POEMAS NO PUBLICADOS EN LIBRO.
Nota
crítica
En una presentación de 1964, José Oscar Arverás,
la otra voz poética del grupo Lilulí, decía,
refiriéndose a los autores del ’40: “pertenezco fundamentalmente a la
generación de la guerra de España”, y habría que agregar, de la Primera Guerra
Mundial. Guillermo Etchebehere, el único autor del grupo con obra previa y el
primero publicado en los “cuadernillos militantes de prosa y poesía” de Lilulí,
fija, desde Pulso de la tierra (1941) un humanismo absorbente y, en cierta
forma desublimado, de la “realidad
circundante: la guerra, la violencia, el crimen en la insensata puja por el
poder político y por el dominio del mundo” (Luis Soler Cañas, “La generación
poética del 40”, 1981; cita que incluye a los poetas Arverás, Etchebehere y
Ferreyra Basso). Si la extensión material definitiva en Etchebehere es la
rural, consolidada en La semilla del viento (1947), verdad es que ese “hombre
centro de todas las cosas” señalado por Bernardo Verbitsky para su último libro,
anuda a otras experiencias fundamentales: la infancia, la hermandad, la reivindicación
de una clase y una especie de armonía universal que provee la muerte y el renacer
de todo mediante un ciclo ya vegetal, ya cósmico; este orden se interrumpe,
justamente, frente a la tragedia de las cosas, la tragedia simple y natural (no
comprender la muerte de un pájaro, por ejemplo), la relativa (el crecimiento
del “mar de hierro” de las ciudades) y una que aparece absoluta e irreversible,
la guerra, que apaga las vidas, que las duerme definitivamente.
Ya fue sugerido que en los cuadernillos
publicados por el grupo Lilulí no cabía un “arte por el arte” o algún otro tipo
de purismo estético. De esto se da cuenta en la presentación que se hace de
Guillermo Etchebehere en Jornada del hombre (1943), primera manifestación del
grupo: “…amaneció con vigoroso impulso, que hubiera sido un estallar de himnos
olímpicos en edades de alegría constructiva, exaltación vital y mito. Pero el
soplo agresivo que da trágico perfil a nuestra era, rondó la ternura de su
infancia, mordió su jugosa adolescencia campesina”. Acá se describen, fundidas,
la época y la temprana muerte de su padre que vivió el autor.
La
selección
Se publica una selección de poemas donde el
tema o las imágenes encauzan la vivencia de la guerra. El último poema, “La
muerte que camina mis canciones” podría tratarse de una excepción, pero creemos
que, dada la característica del soneto, el primer cuarteto presenta el tema, y
lo que sigue es su oposición, la otra
vivencia de la muerte que quiere mostrarnos el autor.
El orden de los poemas es presuntamente cronológico. A los no publicados en libro “Niebla” y “Las
bombas” (*) los ubicamos entre sus libros Pulso de la tierra y Jornada del
hombre, es decir entre 1941 y 1943. Etchebehere empieza a considerar el soneto
hacia la aparición de su segundo libro, mientras que el asunto versificado
parece pertenecer al primero. No se pudo detectar tampoco el nombre de la publicación
donde aparecen. Para esa fecha, Etchebehere colaboraba en “Conducta”
(1938-1943), “Argentina libre” (1940-1946), y “Claridad” (1926-1941) de tirada
latinoamericana, entre otras revistas de menor circulación.
(*) Recorte copiado del archivo de Luis
Iglesias.
SANGRE
Un reloj tiró a las calles
doce martillos de nervios.
La ciudad quedó dormida
bajo las sombras del miedo,
mientras la luna lloraba
tras las cortinas del viento.
¡Ay! Como florecen rosas
de sangre, sobre el silencio…
El alba llegó en el soplo
cantarín de sus cencerros,
y ya los hombres marchaban
-pulso afiebrado del vértigo-
llevando sobre los hombros
oscuras muertes de hierro.
¡Ay! Como florecen rosas
de sangre, por los senderos…
El corazón de los hombres
cayó en las manos del fuego;
las madres gritan su angustia
en las cumbres del tormento,
pero el frescor de las cunas
se retuerce en el incendio.
¡Ay! Como florecen rosas
de sangre, sobre los pechos…
(Pulso
de la tierra, 1941)
BOMBARDEO
Baila en la plaza la risa
delirante de los niños.
La blanca estrella del canto
-golondrina de rocío-
pone en los labios del viento
ágiles voces de vidrio.
Los pájaros picotean
el corazón de los pinos.
Vibra en el pulso del aire
el trampolín de los ritmos.
Pero se abre entre las nubes
un sendero de rugidos,
y el aullar de las sirenas
-nervio de acero encendido-
echa al tropel de las balas
el aluvión de sus silbos…
La voz levanta su miedo
hasta los topes del grito.
Queda en el suelo la angustia
de los troncos retorcidos,
y junto al despilfarrado
vellón musical de un nido,
unas sonrisas de luna
se han hecho muecas de frío.
Cinco llantos; cinco muertes
de pie sobre cinco niños…
Entre el verdor de unas yedras
hay cinco soles dormidos.
(Pulso
de la tierra, 1941).
SOLDADITOS DE PLOMO
¡Rataplán, rataplán! ¡Presenten armas!
—Hijo: no juegues con soldados…
—¡Atención! ¡Enemigos! ¡A la carga!
—Hijo: no juegues con soldados…
Pero el niño seguía…
¡Qué ronca era su voz! —¡Presenten armas!
¡Qué fulgor en sus ojos! —¡Enemigos!
Y su mente afiebrada recogía
una visión de sangre…
—¡Bayonetas caladas! ¡Los fusiles! ¡Avancen!
Pero entonces, la madre,
enarboló su desgarrada herida
en el mástil de un grito.
Y al alzar en sus brazos al pequeño,
las palabras nacían trituradas,
ardiendo en un tropel enloquecido
de lágrimas y besos…
(Pulso
de la tierra, 1941).
NIEBLA
El alba del amor cayó de bruces
en las redes del odio madurado;
en el plomo y la ceniza han engendrado
una neblina universal de cruces.
Ya no hay manos abiertas: cada mano
es un puño de piedra donde anida
el rencor de la tierra anochecida
o el desmayado aliento de un hermano.
Las voces, despobladas de alegría
son retorcidos gritos sin vocales,
nutriéndose en la sangre que se vierte.
Mientras la risa caiga en agonía
hasta los verdes cantos vegetales
romperán su color contra la muerte.
(No
publicado en libro).
LAS BOMBAS
Danzan truenos de hierro los aviones
contra los muros frágiles del viento;
la muerte siembra su cantar violento
en la tierra vacía de canciones.
El sol baja a la casa arrodillada
y encuentra entre las ruinas la tristeza,
la ingenua intimidad de la pobreza
y el tropel de la angustia desatada.
En un charco de espanto silencioso
la madre duerme el sueño poderoso
del plomo y de la sangre detenida;
el hijo, preso entre los brazos yertos
busca el cauce nutricio de la vida
en la impotencia de los senos muertos.
(No
publicado en libro).
LA MUERTE QUE CAMINA MIS CANCIONES
La muerte que camina mis canciones
no es la muerte enconada y turbulenta
que enciende pedernales de tormenta
con el torvo clamor de sus legiones.
La muerte que camina mis canciones
es la llovizna persuasiva y lenta,
que en su armoniosa eternidad sustenta
los nombres y las conmemoraciones.
Cuando nombro a la muerte, nombro un río,
la flor
de las acacias, el rocío,
la tarde en sombras que se va cantando;
nombro a mi padre con sus pulsos fijos,
la sangre ardiente que me está cruzando,
y la sonrisa que tendrán mis hijos.
(La
semilla del viento, 1947).